#ElPerúQueQueremos

La causa y el enemigo

Publicado: 2017-02-22

Yo creo en la Iglesia Católica porque creo en Dios. Pero quede claro: es Dios, no ella, el objeto de mi fe. Ella es el lugar en que la encuentro, el depósito que la contiene, la madre que la defiende, el nido de Dios en el que fui colocado amorosamente por Él mismo. Creo dentro de ella porque a ella me llamó Dios, con ella porque le pertenezco conscientemente, por ella recibí la fe en Jesucristo, fue ella la que me enseñó a amarlo y la maestra que me ayuda a conocerlo cada día más. A ella le debo mi lealtad. 

Comprendo y comparto la indignación por las traiciones a la fe, la esperanza y el amor que cometemos los católicos. He dado todos los combates que he podido por ayudar a que salga la verdad a la luz porque sólo ella nos hace libres. Me entristece profundamente y me avergüenza que hayan sido autoridades llamadas a servir a la verdad las que la hayan traicionado. Me duele inmensamente cómo ha quedado el rostro del Señor y de mi madre la Iglesia con estas traiciones perversas. Conozco personalmente el drama de demasiadas víctimas como para no ver claro que sin justicia no existe ni la paz ni el amor. Pero no confundo las cosas, no me equivoco ni de causa ni de enemigo.

La causa de estas monstruosidades dentro de la Iglesia no es la Iglesia, mucho menos la fe. La causa es el pecado, esa opción tan extraña y absurda por el mal, esa pura locura, esa insensatez de desobedecer a la realidad y querer convertirla en lo que dicta el caprichoso corazón humano. Sé muy bien que decir esta verdad sonará escandaloso para varios, que les sonará a excusa y encubrimiento velado, pero es la pura verdad que enseña Jesucristo: "del corazón provienen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios y calumnias. Eso es lo que contamina al hombre".

Enjuiciar, condenar y castigar mil corruptos o inmorales de todo tipo puede calmar en algo la sed de justicia del propio corazón pero nunca le dará la paz ni la bondad que sólo provienen de la gracia. Específicamente de la gracia del perdón, esa locura opuesta al pecado que es poner la otra mejilla, no resistir al mal, todo lo contrario a ser cómplice del mismo justamente porque es todo lo contrario a la venganza que nos iguala al que nos hiere. Esa sublime audacia de caminar dos millas cuando nos obligan a una, de regalar la túnica cuando nos piden el manto, de prestar sin esperar devolución, de amar al que nos odia y persigue, de orar por el enemigo y vencerlo por amor como hizo nuestro Señor en la cruz.

No me equivoco tampoco de enemigo. Los hombres somos débiles, insensatos, necios, ovejas obedientes al Pastor o simples y tristes marionetas del verdadero enemigo, ese ser oscuro y pervertidor que no es humano porque es esencialmente inhumano. Estas monstruosidades que presenciamos hoy hunden sus raíces en lo profundo del infierno. Por malvado y perverso que pueda ser un ser humano siempre será por naturaleza un pobre reflejo del que lo maniata y destruye. Son varios sus nombres y estrategias pero una sola su intención: destruir el amor. Lo que más odia es que seamos amados por Dios porque por principio no entiende su posibilidad. Por eso proyecta su propio egoísmo, locura y mentira en Dios.

Comprendo perfectamente que las personas que han renunciado a que la fe que recibieron en su Bautismo oriente sus vidas sólo vean la maldad humana en la Iglesia y quieran a toda costa destruir la maldad y en esa pasión coincido pero me temo que la única solución radical y final está sólo en el perdón y este viene de Dios o es una mera caricatura. Comprendo que desde esa perspectiva sin fe, la fe cristiana les parezca una ideología más, y la Iglesia una superestructura que disfraza un sistema humano como cualquier otro.

Comprendo también la confusión de los que creen defender la Iglesia poniendo a la institución por encima de la persona. Veo y sufro esa dolorosa traición que es el fariseísmo, su despiadada manera de hacer las cosas, de calcular todo, de valerse de argucias legales, íntimas maneras de esquivar la cruz y preocuparse mucho más por la imagen que por la realidad profunda de sus corazones. Y lo comprendo porque lo he vivido. Sé muy bien lo que significa vitalmente sentirse mejor que los demás, pensar neciamente en ser maestros sin buscar primero la humildad.

Comprendo todo eso pero no lo comparto y más bien me atrevo humildemente a decirles que abran ustedes los ojos, que se acerquen al Señor y verán más clara la justicia que con toda razón buscan. Y créanme, no tiene la cara del odio ni la venganza sino la del amor, la compasión y la bondad de Dios.


Escrito por

José Manuel Rodríguez Canales

Soy profe de teologías. Hice muchas cosas, RPP entre ellas. Hago teatro. Como manda Jesús, amo a la gente, buena o mala, el amor no separa.


Publicado en