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La identidad se acepta y se cultiva

Publicado: 2017-03-10

La identidad no se construye, se acepta y se cultiva. Para cultivarla se construye una compleja y rica red de relaciones personales, desde las más esenciales a las más prescindibles. Cuando esta construcción se hace sobre la base de errores en la percepción de la propia realidad, pasiones desorientadas o intereses egoístas, la identidad se oscurece y la persona la pierde de vista, al perderla de vista sus relaciones se rigen por el cálculo, la hipocresía que surgen del afán de buscar valoración fuera de sí misma.  

Se construyen también los hábitos y las actitudes. Por ellos en cierto sentido “nos hacemos a nosotros mismos”. Si nuestros hábitos nos alejan de nuestra identidad se convierten en vicios y esclavizan nuestros pensamientos, emociones y sentimientos a pasiones tóxicas que nos convierten en personas falsas y hacen de nuestra vida una especie de patraña sin contenido humano.

La identidad es el dato y la tarea más importante y urgente del ser humano. Como dato se nace con ella, como tarea se cultiva. Ninguna de las dos cosas -aceptar el dato y asumir la tarea- se logra sin buscar el bien y la verdad. El relativismo es tierra infértil para cultivar la identidad. Y, guste o no, un dato fundamental de la identidad de cada persona es su sexo. Ser hombre o ser mujer no se reduce a lo biológico, abarca todo el ser de la persona pero ni se diluye en la interacción social y los hábitos adquiridos, ni se construye arbitrariamente por motivaciones inconscientes.

Por esta razón, un hombre que no acepta su masculinidad o una mujer que no acepta su feminidad difícilmente podrá integrar su personalidad. Tampoco podrá hacerlo quien no acepta su propia historia, su figura física o sus errores. Sé que esto se dice fácil y suena como algo duro y defintivo. En realidad no es así. Debemos considerar que la vida es cambiante, que son innumerables los factores buenos y malos que nos influencian, que somos débiles y nuestras decisiones precarias.

Por eso la aceptación y el cultivo de la propia identidad exige el reconocimiento de los propios límites y cualidades tanto como de los vicios y taras de nuestra psiqué, algunos de ellos insuperables a veces por un tiempo, a veces de por vida.

Esta aceptación está muy alejada de una resignación amarga, es, se me ocurre, todo lo contrario, una lucha dulce. Por eso se aleja de juicios implacables sobre uno mismo o los demás. La aceptación serena y bondadosa nos hace salir de nosotros mismos al encuentro de los otros para hacer el bien que eso es exactamente lo que significa el amor: la búsqueda del bien común.


Escrito por

José Manuel Rodríguez Canales

Soy profe de teologías. Hice muchas cosas, RPP entre ellas. Hago teatro. Como manda Jesús, amo a la gente, buena o mala, el amor no separa.


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