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¿Cafecito?

La violencia es el último recurso del incompetente

Publicado: 2017-04-21

Le pregunto a una amiga de la radio en la que trabajo qué le pareció el desplante de Patricia Del Rio a dos entrevistados en su programa. Me responde que le parece muy bien porque son homofóbicos, misóginos, patriarcales y heteronormativos y se merecen eso y más, porque además uno de ellos tiene una denuncia por abuso sexual. Mi reacción interior me sorprendió mucho: se me acumularon en el alma todos los insultos que sabía, a velocidad incontrolable se atropellaban en mi cabeza mil argumentos a mi entender irrebatibles, y si hubiera tenido un arma le disparaba en el centro de la frente, su cara se me antojaba horrible y antipática, su presencia insufrible. Como tengo, a veces a pesar mío, rasgos de civilización y relativa urbanidad, no seguí ninguno de estos impulsos, solo me puse de pie, le di una paternalista palmadita en el hombro y me fui a preparar un café.  

Mientras lo preparaba, me puse a pensar, no en la ideología de género, ni en Patricia del Rio, sus entrevistados o el hecho en sí; tampoco en mi amiga, su cara antipática o ese tonito cachaciento y cantarín “jojolete” que me irrita como pocas cosas pueden hacer. Abrumado por el lamentable estado interior en el que me encontraba, hice una cosa parecida a lo que Husserl llama “epoje” (suspensión del juicio) que duró unos segundos hasta que llegó a mí esta iluminación que les quería compartir.

Apareció como una frase corta: “es contagioso”; rápidamente tomó ribetes de venganza: “lo de Patricia Del Río es contagioso”; ya más lentamente: “más allá de Patricia del Río, la ira es contagiosa” para terminar en “Bah, no es culpa de nadie y es de todos”. Lo sé, hasta aquí no se entiende. Tenga paciencia querido lector, sólo describía un poco el proceso por el que llegué a la siguiente conclusión: “cuando discutimos difícilmente pensamos, sólo sentimos y después lo sostenemos como verdadero”. Y es por eso que despiertan los demonios, las cosas irresueltas de nuestra misteriosa vida psíquica, la irracionalidad se viste con ideas y tenemos lo de siempre: la guerra.

Fue entonces que, una vez más, como siempre una vez más, pensé en Jesucristo. Específicamente en la paz que Él nos da. Sí esa que no es la del mundo. Una paz que no tiene el ninguneo del vencedor, ni la cobardía del vencido. Una paz que no tiene la indiferencia del estoico ni la sensualidad del epicúreo. Una paz que no es un equilibrio de fuerzas ni surge de estrategia alguna. Un aire de compasión de igual a igual, de serenidad responsable y solidaria, una dulzura sufrida que jamás se victimiza ni reclama ante las injusticias. Y por eso las vence. Una ternura resistente a cualquier dolor.

Pensé en cuánto tiempo y energía desperdiciamos en guerras. Pensé en el tiempo que le quitamos al amor. Y me dio pena mirar mi corazón. Y me dio pena todo. Recé un humilde Padrenuestro, preparé otra taza y volví a la mesa donde estaba mi amiga esperando seguir con la refriega. La miré, le extendí la taza diciendo:

- ¿Cafecito?

Sonrió. Y me pareció que sus ojos se humedecieron.


Escrito por

José Manuel Rodríguez Canales

Soy profe de teologías. Hice muchas cosas, RPP entre ellas. Hago teatro. Como manda Jesús, amo a la gente, buena o mala, el amor no separa.


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