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Tipos de bufón

Publicado: 2017-10-20

Burlarse de una malformación, comparar a una mujer con un cerdo, llamar subnormal y oligofrénico a alguien, hacer gala de racismo, sexismo, desparramar obscenidades, burlarse de la homosexualidad o las desgracias familiares, calificar, insultar y satirizar a personas perfectamente ubicables en el entorno sin más razón que las simpatías o antipatías del que satiriza. 

Sin alusión a ningún contexto, todo esto sería repudiable. Bastaría un comentario en cualquier red para generar una pesada y moralista corriente de indignación contra el perpetrador de semejantes crímenes. Llegaríamos hasta solemnes congresos en la PUCP presididos por monseñor Hildebrandt, el obispo de la religión caviar y el arte de hablar bonito, vivir muy bien y sobre todo sentirse bueno.

Discutirían jóvenes y jóvenas, muy seriecitos y con lentes redonditos, haciendo gala de sus últimas lecturas en francés sobre deconstrucción, macro y microagresiones y la urgente necesidad del compromiso de todos y todas para erradicar esas cosas que impiden que seamos una sociedad igualitaria, para terminar con algún concierto lleno de covers de Silvio, Pablo y Guarque en el que tomarían su chela artesanal de 12 lucas la botella jurando que ayudan a alguna ignota comunidad cusqueña.

Sí, todo eso pasaría.

¿Por qué no ha pasado? ¿Por qué lo que dicho en serio y a la cara sería ofensivo, soltado como ficción y humorada se hace aceptable sobre todo a los sectores más propensos a la indignación y la protesta? ¿Por qué solo indigna a quien lo sufre y blinda al autor de la consecuencia de sus palabras?

Un factor es que el autor de semejantes atrocidades les resulte ideológicamente simpático a estos sectores indignados. Otro es que lo diga como ficción. Otro más es que es imposible defenderse de una ficción. Hacerlo aboga en favor del que satiriza valiéndose de ella. Argumentar en contra es como moverse cuando uno tiene medio cuerpo en un pantano o pegarle a una enorme bola de brea porque "el que se pica pierde".

Desde Aristófanes, pasando por Maccio Plauto y Moliere, hasta Sofocleto y Rafo León, salvando las inmensas distancias (entre Sofocleto y León, digo) este dinamismo es igual.

Es igual pero no siempre tiene el mismo sentido porque hay dos tipos de humoristas o bufones: los que por su genialidad, bondad y valentía son capaces de denunciar injusticias reales y producir en nosotros esa especie de dulce reivindicación que es la risa por la estupidez de los poderosos injustos; y los que simplemente viven del poder mismo aunque sea injusto o arbitrario.

Estos últimos son falsos profetas. Bufones que dicen lo que nadie se atreve a decir no tanto porque "no lo dicen en serio" o se lo hacen decir a un títere, sino porque que en realidad viven del poder. Son sus insaciables parásitos.

Todos los que se indignan por la ficción (la de Rafo León y otras) y tratan de callar o reprimir al bufón (bueno o malo) están descaminados. Solo hay tres caminos y ninguno tiene salida.

A. Buscar lo que más pueda ofender al bufón. Imposible porque él mismo está preparado para cualquier ofensa, es su oficio no tomarse nada en serio.

B. Crear un personaje que responda a la ficción, cosa que al llegar tarde al mismo escenario dejaría de ser ficción para convertirse en burda venganza.

C. Agarrar al bufón y, a golpes, hacerle tragar los dientes, y de paso el títere. Esto último y cualquier otra variante (secuestrar a su hija, matarle al perro, mandarle amenazas) está penado por la ley.

Así que siguen y seguirán existiendo, gracias a Dios, humoristas buenos y malos (por moral y por talento) y con ellos personajes como la paisana Jacinta, el Negro Mama y sobre todo ese esperpento llamado la chola Chabuca. El drama en nuestro caso peruano es que, como pocas cosas, el humor es una buena radiografía de un país y su cultura. Y la nuestra, pues, muy buen diagnóstico no nos da.

Terminaré diciendo que no solo del país sino también de las personas concretas. De lo que abunda el corazón habla la boca dice nuestro Señor y en eso hasta el psicoanálisis coincide.

Rafo León (y Caretas) nos da todas las semanas una muy buena radiografía de su propio corazón: cobarde, lleno de odio, fobias e intemperancia, intolerante y traicionero, inútil en construir algo, estéril para dar una buena noticia e incapaz de alegrarse sinceramente por algún logro. En síntesis, gente que no conviene tener ni de amigo ni de enemigo. Tal vez sí de bufón, que alguna verdad siempre dice y, hay que admitirlo, también logra hacer reír.

¿Deberé decir que no soy fujimorista? Por si acaso lo digo: no soy fujimorista, voté por PPK y sigo sin arrepentirme porque no veo tan claro mi pecado.


Escrito por

José Manuel Rodríguez Canales

Soy profe de teologías. Hice muchas cosas, RPP entre ellas. Hago teatro. Como manda Jesús, amo a la gente, buena o mala, el amor no separa.


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